La enfermedad de Alzheimer es la causa más frecuente de demencia entre las pesonas mayores de 65 años. Se estima que una de cada 20 personas entre los 50 y 70 años padece esta enfermedad. Entre los mayores de 85, el número de afectados asciende al 20 por ciento, y se calcula que esta cifra se incrementará debido al aumento de la expectativa de vida en los países desarrollados.
Se trata de una enfermedad de evolución lenta, que se caracteriza por una demencia progresiva, con pérdida de la memoria, disminución de la capacidad de realizar tareas rutinarias, dificultades en los juicios, desorientación, cambios de la personalidad, y pérdida de las habilidades del lenguaje.
Al principio, la persona encuentra dificultades para aprender y retener información nueva. Luego empieza a perder la memoria, y se le hace difícil recordar personas y hechos de la niñez o la juventud. Después aparecen otros síntomas, como la afasia, que es la dificultad para expresar pensamientos a través del lenguaje.
Otro síntoma es lo que se denomina agnosia, que es la dificultad para interpretar caras familiares u objetos conocidos. El paciente no puede administrar el dinero o recordar que tiene que tomar un medicamento, por ejemplo. También suele perder el sentido de la orientación, así ignora cómo volver a casa en el caso de salir a dar un paseo. De todos modos, en los primeros estadios de la enfermedad, puede alimentarse, bañarse y vestirse sin ayuda. Pero los cambios de personalidad, la irritabilidad, la ansiedad o la depresión, pueden causar problemas serios en la relación con los familiares y amigos.
En las etapas más avanzadas, los pacientes pueden sufrir alucinaciones y pensamientos irracionales, como creer que son perseguidos o que alguien quiere robarles sus pertenencias.
Un mal sigiloso
La duración de esta enfermedad puede ser de 8 a 12 años. En los primeros 2 a 3 años los síntomas son muy sutiles y la enfermedad puede pasar inadvertida. El factor de riesgo más importante es la edad, ya que el cerebro, con los años, va presentando cambios estructurales y funcionales. Y las neuronas -células del sistema nervioso- son muy sensibles a los efectos del envejecimiento, pues, con el tiempo, se modifica su cantidad y su forma. De hecho, a partir de los 50 años de edad, se pierde alrededor del 5 por ciento de neuronas por cada 10 años de vida.
Los especialistas consideran que existen factores genéticos que aumentan el riesgo de padecer este mal que afecta a unos 4 millones de personas en los Estados Unidos; suma que, se estima, ascenderá a 14 millones dentro de unos 40 años.
Actualmente, la certeza del diagnóstico de la enfermedad de Alzheimer es de aproximadamente el 85 por ciento, y sólo se confirma por análisis postmortem del cerebro del paciente.
La enfermedad fue descrita por primera vez en el año 1906 por el médico alemán Alois Alzheimer, en un congreso de psiquiatría realizado en la ciudad de Tubinga. La presentación de Alzheimer consistió en la descripción de una paciente de 51 años de edad llamada Auguste D.
Esta paciente tenía un trastorno que se caracterizaba por la disminución de la capacidad cognitiva, alucinaciones y la pérdida de la capacidad de integración psicosocial. Auguste falleció en 1906 y, en ese momento, Alzheimer encaró el estudio de las lesiones cerebrales de la paciente.
El examen microscópico del cerebro de los enfermos muestra la pérdida de neuronas y la presencia de ciertas alteraciones, como el depósito de una proteína llamada amiloide, es lo que se denomina placa senil. Otra alteración es la que recibe el nombre de ovillo neurofibrilar, una lesión que aparece como un ovillo compuesto por pequeñas fibrillas entrelazadas. Las placas seniles son estructuras esféricas, que se ubican entre las células. También disminuyen los niveles de acetilcolina, una sustancia química que contribuye a la transmisión de mensajes entre
las neuronas.
La enfermedad de Alzheimer se vincula, frecuentemente, con la depresión. El especialista que trata al paciente debe decidir cuál de estos trastornos es el primario. La depresión puede estar acompañada de deterioro de la capacidad cognitiva; también la demencia, en sus etapas iniciales, puede acompañarse de depresión.
Deterioro y depresión
En estudios recientes se ha observado que entre el 40 y el 50 por ciento de los pacientes tienen humor depresivo, y del 10 al 20 por ciento, síntomas de depresión. El deterioro parece ser mayor en los casos en que la enfermedad de Alzheimer está asociada con depresión.
En los pacientes en quienes lo primario es la depresión, se afectan sólo los procesos cognitivos activos, que requieren un esfuerzo voluntario del paciente. En cambio, en la enfermedad de Alzheimer, el trastorno es generalizado y afecta tanto los procesos activos como los automáticos. Mediante una serie de tests psiconeurológicos es posible diferenciar los trastornos cognitivos en ambas condiciones y, de este modo, contribuir a un diagnóstico más preciso.
En los pacientes en quienes lo primario es la depresión, se afectan sólo los procesos cognitivos activos, que requieren un esfuerzo voluntario del paciente. En cambio, en la enfermedad de Alzheimer, el trastorno es generalizado y afecta tanto los procesos activos como los automáticos. Mediante una serie de tests psiconeurológicos es posible diferenciar los trastornos cognitivos en ambas condiciones y, de este modo, contribuir a un diagnóstico más preciso.
Con respecto al tratamiento de la enfermedad, se emplean medicamentos para mejorar la función intelectual. Estas drogas, denominadas inhibidores de la colinesterasa, incrementan los niveles de acetilcolina, lo que ayuda a restaurar la comunicación entre las neuronas. También se emplean ténicas de psicoterapia.
Los especialistas recomiendan que los pacientes mantengan contactos normales con los familiares y amigos, y que continúen con sus actividades intelectuales.
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